En octubre de 2022 y tras dos años de obstáculos, Colombia ratificó el Acuerdo de Escazú. El tratado establece disposiciones para la protección de líderes y lideresas ambientales en América Latina, la región donde se concentra la mayoría de asesinatos contra quienes apuestan por la conservación del medioambiente.
La defensora de derechos humanos Maydany Salcedo vive esta realidad en carne propia. Presidenta de la Asociación Municipal Campesina de Trabajadoras y Trabajadores de Piamonte Cauca (ASIMTRACAMPIC), ha recibido amenazas desde 2014 por su labor en la “baja bota caucana”, uno de los territorios de mayor diversidad y golpeados por el conflicto armado. En el marco del Encuentro Regional de Defensoras Construyendo estrategias de protección, conversamos con ella sobre el rol de las defensoras del medio ambiente, el riesgo diferencial al que están expuestas y la falta de garantías para su protección.
Vengo de una familia de izquierdas, quienes no estaban de acuerdo con las violaciones de derechos humanos que ocurrían en el país y fueron integrantes de la Unión Patriótica. Como suele ocurrir en Colombia, debido a la violencia no fueron tan fuertes para continuar. La única que prosiguió con la defensa de los derechos humanos fui yo. Me nació desde chiquita, cuando vivía entre San José del Guaviare, el Guayabero y Caño Ceiba, y guardo bonitos recuerdos de lo mucho que me gustaba participar en las reuniones del colegio y cómo, desde la humildad, nunca creía que llegaría a ser quién soy.
Un día, en la antigua zona de despeje iniciamos el trabajo con un círculo de lectores de enseñar a los niños y niñas quiénes eran personajes históricos como Simón Bolívar o Policarpa Salavarrieta, lo que en aquel entonces estaba prohibido. Aún lejos de saber qué eran los defensores de los derechos humanos, me nace el amor por la defensa de los derechos de la gente. Es una pasión que siempre he tenido: soy idealista y mis mejores consejeros han sido el agua y Dios.
Años más tarde, por tantos asesinatos y persecución, tuvimos que salir desplazados hacia el Huila. Ahí conocí la Fundación Nueva Esperanza e inicié mis primeros pasos. En 2004 llegó Fensuagro y desde 2008 me impliqué en la defensa del medio ambiente en el Caquetá. A Piamonte (Cauca) llegué en 2012, y desde entonces defendemos la Madre Tierra y pedimos que se excluya a la población civil del conflicto armado.
Nuestro objetivo principal es la defensa del territorio y del medio ambiente, y a partir de ahí, también de los derechos humanos, la niñez, la juventud y la equidad de género. Cuando nacimos en 2012 teníamos muchos socios, pero con la permanencia del conflicto armado en el territorio hemos sido muy perseguidos y estigmatizados.
Junto con el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas SINCHI, protegemos 1.380 hectáreas de bosque. Tenemos una planta de productos amazónicos -como la piña amazónica- y damos talleres de formación en materia de derechos humanos. También protegemos al “mico bonito”, un primate originario del Caquetá y cuyos cordones biológicos se rompieron por la deforestación.
Falta mucho por hacer en Piamonte, pero nos sentimos orgullosos de todo lo que hemos logrado sin ayuda del Gobierno Nacional. El amor que tengo por nuestro proceso organizativo y el medio ambiente lo comparto con otras mujeres que quieren el cambio y la paz en el territorio. Desde hace años, pedimos una Zona de Reserva Campesina (ZRC) y, con la primera socialización ya prevista, es gratificante pensar que estamos a un paso de lograrla.
Son muchas cosas cruzadas: proteger, cuidar, promover, buscar. Defendemos el territorio y protegemos todos los aspectos de la vida. En estos tiempos, los desastres naturales nos indican que la Madre Tierra se siente herida, también por el conflicto. Las defensoras promovemos los derechos humanos ya que queremos que haya vida y paz.
En Colombia, ser dirigente, lideresa social o defensora del medio ambiente y los derechos humanos es muy complicado. La región andino-amazónica está muy militarizada y recién [finales de noviembre] murieron 23 personas en combates en Puerto Guzmán (Putumayo) y otras siete en Puerto Asís. Frente a la situación en el territorio nos preguntamos quién tiene derechos humanos. Y duele mucho, son lágrimas de dolor por el país y la vida.
Creemos en un territorio en paz, con justicia social y seguridad. Sin embargo, la gente vive con la zozobra que en cualquier momento nos sacarán de nuestras casas y asesinarán. En el Encuentro Regional de Defensoras remarcábamos que existen afectaciones psicosociales por la situación de riesgo y no saber quién es quién. Además, el machismo hace que sea más fácil para los hombres ser dirigentes o defensores. Hay una persecución hacia las defensoras solo por el hecho de ser mujer. En Colombia, nos estigmatizan y persiguen por querer proteger la Amazonía y dejar oxígeno para nuestros hijos y nietos.
Cuatro años son muy pocos para los cambios que anhelamos, pero ojalá sigan intentándolo. Pediría más veeduría y menos corrupción, y que se proteja a quienes defienden los derechos humanos y el medio ambiente. No somos delincuentes, y queremos seguridad, vivir tranquilos en nuestro territorio y estar con nuestras familias. Para la protección no necesitamos el pie de fuerza militar: se cree que protegiéndonos con entidades como la Unidad Nacional de Protección (UNP) se resolverá el problema de la seguridad en los territorios, pero no es así.
Para la protección de las defensoras de los derechos humanos no necesitamos el pie de fuerza militar.
Sueño con una Colombia grande, donde haya justicia social, educación para los hijos e hijas, oportunidades de trabajo, etcétera. Donde el campesinado pueda vender sus productos con valor agregado y a un precio justo. Quiero que nuestros hijos y nietos puedan disfrutar de un país hermoso con fuentes hídricas, páramos y selvas, y que desde las ciudades se valore el campo por sus seres humanos y riquezas naturales, que no se nos reduzca a “quienes tienen matas de coca”. Un país sin conflicto ni disputa por los recursos naturales y donde entendamos que la Madre Tierra no nos pertenece, sino que nosotros le pertenecemos a ella y debemos cuidarla.