Conversamos con con Luz Neida Perdomo, mujer campesina, sindicalista, secretaria del Comité de Memoria y defensora de derechos humanos de El Castillo, departamento del Meta.
La historia la empiezan mis padres. Soy hija Reinaldo Perdomo y Luz Day Rodríguez, ambos de familias campesinas, militantes del partido comunista y fundadores de SINTRAGRIM que promovían la reforme agraria en los ‘70 en El Castillo. Soy la mujer más orgullosa de ser campesina, y agradezco que la vida me permita honrar la memoria de mis abuelos, abuelas y de mi padre.
Nací en el Municipio de El Castillo, y allí tengo el ombligo sembrado, allí tengo el arraigo por la tierra, por ese territorio. En ese momento vivimos muchas cosas duras. Había muchos éxodos -como le decíamos-, lo que hoy se conoce como desplazamientos internos. Siendo una niña siempre vi a mi papá tratando de encontrar respuestas, de orientar a las comunidades, como presidente de la junta. Eso fue una escuela que tuve de manera inconsciente.
Era muy joven cuando empezó el exterminio de la Unión Patriótica. Vivíamos entre El Castillo y Villavicencio donde nos teníamos que retirar por meses, porque en esa época desaparecían a mucha gente. El hermano menor de mi papá, Henri Perdomo, fue desaparecido. Mucha gente fue asesinada. Por el solo hecho de decir que uno venía de El Castillo era declarado objetivo militar. Por eso mi papá nos sacó muy jóvenes a Villavicencio para protegernos, y regresábamos en agosto para la cosecha de café. Me dio muy duro el desarraigo de salir del campo para la ciudad.
Después de 10 años en Villavicencio, decidimos regresar a El Castillo con mi compañero y mis 3 hijos, a finales de 1998. Mi compañero y mi papá salían a hacer mercado desde El Castillo a Lejanías. Obligatoriamente había que hablar con el ejército, porque ellos hacían el empadronamiento de las familias. Éramos muy estigmatizados. En la lógica de guerra el que habla con el ejército es un informante, y en esa lógica mi compañero fue asesinado por el frente 26 de las FARC, un día que iba a hacer mercado con mi papá. Fue un momento muy difícil. Solo me dejaron salir a mí a recoger su cuerpo, ni mi papá ni mi mamá me pudieron ayudar. Salí de la Esmeralda a Lejanías sola y vine a sepultarlo a Villavicencio.
Ese día tomé la decisión de regresarme e ir a poner la cara en El Castillo. Mi compañero no era nada de lo que decían. Fue el primer momento dónde tuve consciencia que no debía aceptar la injustica, no se debía aceptar que se le quite la vida así a un ser humano. Me devolví a El Castillo y le dije al comandante:
“usted no mandó a matar a la gallina del patio de la casa, mandó a matar a un ser humano que tenía padres, hermanos, hermanas, hijos y esposa, ustedes no respetaron eso”.
Fue de los momentos que la vida me puso a asumir para fortalecerme. Yo le digo a la vida que aprendo por las buenas, y que no hay necesidad que me dé tan duro.
Así duramos hasta el 2002, siendo víctimas de desplazamientos internos, viviendo en el medio de los operativos del ejército en conjunto con los paramilitares. Cuando entra la seguridad democrática nos sacan de El Castillo, y mi papá empezó a reunir en Villavicencio a todas las familias que salían desplazadas y empezaron a soñar con regresar. Mi papá ya venía de una familia campesina desplazada del Cauca, y no se resignaba a perderlo todo otra vez. Así es que empieza todo el proceso organizativo de la Comunidad Civil de Vida y Paz (CIVIPAZ), que es una propuesta de zona humanitaria, retorno y regreso al territorio. En medio de este proceso el 12 de agosto 2003, asesinan a mi padre en Villavicencio. Él estaba amenazado por el Bloque Centauros.
Seguramente en una forma de hacer catarsis y seguir lo que había empezado mi padre, entré a CIVIPAZ, para darle continuidad al proyecto. Asesinaron a mi padre, pero no asesinaron su sueño. Desde ese momento nos apoyamos mucho en la importancia de hacer memoria, como algo constitutivo del proceso de cuidado del territorio, porque recordar a los que ya no están es recordar la importancia del territorio y lo que ha costado recuperarlo. En todo este proceso, este caminar, hemos sido rodeados por organizaciones como la Pastoral social, la Diócesis de Granada, la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, la Corporación Claretiana [Norman Pérez Bello] y otras de nivel internacional.
Empezamos a regresar desde febrero de 2005. No lo llamamos retorno en ese momento, porque eso en la ley significa que uno recibe algún tipo de apoyo y de ayuda. No fue nuestro caso, regresamos solos, bajo nuestra responsabilidad. Generamos estrategias y mecanismos para proteger nuestras vidas.
En 2006, regresamos 26 familias y construimos el espacio humanitario, un espacio de protección. Alrededor de CIVIPAZ y con la esperanza y la seguridad que generaba, volvieron más familias y se poblaron las veredas. Fue también un logro para la región.
Por razones de seguridad ni siquiera podíamos salir del espacio humanitario para ir a Medellín [del Ariari], donde había una iglesia. Entonces, alrededor de un árbol, una ceiba gigante que hay allá, empezamos a escribir los nombres en piedras con pintura. Allí cantábamos y hacíamos las misas y homenajes para recordar a los que ya no estaban. Ese árbol hoy en día se llama el árbol de la Vida. Ese arbolito fue nuestro primer espacio de escucha, de llorar y de celebrar. Alrededor de ese árbol empezamos como tal el proceso de memoria.
La Gobernación propuso hacer un parque de la memoria en El Castillo. En torno a esta propuesta, las comunidades se reunieron y decidimos crear el Comité de Memoria de El Castillo. Cambiamos el nombre varias veces, pero finalmente quedó como el Comité de Memoria y de Veeduría para los Procesos de Reparación Colectiva en El Castillo. Como trabajamos la propuesta de la Gobernación con todas las víctimas y las comunidades. Entre las propuestas que trabajaron las comunidades existía una que le decíamos las rutas de la memoria. Soñábamos con una pantalla interactiva que mostrara las veredas, los lugares de memoria, los cementerios de Miravalle y de Medellín donde hay tantas víctimas, lugares emblemáticos que se pudieran ver desde la pantalla sin tener que ir allá. Como no fue posible conseguir esta herramienta, surgió la idea de peregrinar por el municipio y tener una ruta que muestre los lugares de memoria. Empezamos a caminar todos los años a través de las veredas, pero también a reencontrarnos.
Fue el espacio el que nos ayudó a empezar a caminar para sanar, para poder acompañar otras familias, poder visibilizar y poder decir que duele, pero ya no daña.
Se han hecho muchos ejercicios como el del calendario de la memoria, donde aparecen todos los nombres y fechas de los que fueron asesinados. Mucha gente se ha acercado para que sus familiares desaparecidos y asesinados estén en el calendario.
Un ejemplo [del trabajo del Comité] es el caso de una niña que sobrevivió una masacre, le asesinaron al papá y la mamá cuando estaban todos juntos en el carro. Ella fue la única sobreviviente porque un campesino de la vereda llegó y la rescató. En 2019, en el medio de este proceso de peregrinación se visibiliza el caso, vamos al sitio de los hechos y en el medio de este proceso el señor que la salvó se acercó y se reencontraron. Lo mismo pasó con tres jóvenes campesinos que habían sido asesinados por el ejército y los hicieron pasar por falsos positivos. La familia, por temor, nunca había hablado del caso. En 2020 se animaron a participar de la peregrinación y organizamos un homenaje en el sitio donde los habían asesinado, enmarcamos el sitio como un sitio de respeto. Son hechos por los que uno dice que vale la pena seguir caminando.
El Comité de Memoria ha hecho encuentros y diálogos para mostrar que la memoria no es solo para llorar y recordar lo malo sino para dignificar la vida.
La verdad sale a partir de los encuentros, si entre todos construimos esa verdad y la comprendemos va a ser más bonito el proceso. Se trata de comprender que, a pesar de ser procesos de memoria personales, estas personas pertenecían a una comunidad y su asesinato no solo afectó sólo a la familia sino a la comunidad. Es hacer ver que la gente no está sola, esto nos sucedió a todos. Rompieron algo que era nuestro, el tejido social, y es algo que está en nuestras manos volver a construir. Si el miedo y el dolor nos separa, es darles la razón porque ese era su objetivo.
A través de esto empezamos a hacer consciencia de que, independientemente del actor que cometió estas atrocidades, ya fuera paramilitar, el ejército o la guerrilla, el daño fue el mismo para todos. Si nosotros, como seres humanos, no buscamos cómo volver a ser sociedad, nos quedamos solos y destrozados.
Hacer este recordatorio ha sido el papel del Comité de Memoria en El Castillo, sobre todo un mensaje para los jóvenes que vale la pena organizarse para defender la vida.
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A modo de actualización de esta entrevista, el pasado 18 de julio de 2024, en el marco de una audiencia pública, el paramilitar Manuel de Jesús Piraban del Bloque Centauros, reconoció que ser el autor intelectual del homicidio de Reinaldo Perdomo Hite.
Cabe recordar que el 12 de agosto de 2024, se cumplió un nuevo aniversario de este asesinato.
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